viernes, 7 de octubre de 2011

Sueco poeta global


Nos avisó nuestro hombre en Estocolmo, el poeta granadino Emilio Quintana. Se veía mucho movimiento en torno a Tomas Tranströmer. Libros, homenajes…, todo parecía prepararse para darle el premio, aunque nunca se sabe. Siempre puede ganar cualquiera.
No ha sido el caso, se cumplieron las expectativas y Tranströmer no es cualquiera. Jugaba en su contra ser sueco y el consiguiente y comprensible pudor de premiar a un compatriota. Pero basta leer al poeta para deshacer cualquier impresión de que hayan barrido para casa.
Tranströmer es todo lo contrario de un vate local. Ha dejado clara la influencia que en sus comienzos tuvieron, por un lado, la modernidad francesa y los imaginistas anglosajones y, por el otro, los clásicos griegos y latinos, especialmente Horacio. Como la mejor poesía del siglo XX, ha estado muy atento a la belleza del lenguaje coloquial y ha huido del directo compromiso político para centrarse en lo propio: la contemplación. A partir de los 80, volvió sus ojos a la literatura oriental y, en concreto, al haiku, como ha hecho buena parte de la poesía occidental, signo de los tiempos globales. Y ha sido un precursor de una lírica que, sin renunciar al yo, ha sabido apartarlo del centro de los focos. Estamos ante un poeta, por tanto, que comparte las más interesantes pulsiones de la poesía mundial contemporánea.
Incluso para aquellos lectores que tienen reparos a los versos ha dejado abierta una pequeña puerta deliciosa: su breve libro autobiográfico, Visión de la memoria, incluido en la antología El cielo a medio hacer. Una prosa aparentemente sencilla y casual, pero medida e intencional, con una enorme tensión subterránea, para que nadie tenga excusas. Un premio sueco, pues, para todos.

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