jueves, 12 de agosto de 2010


No ha acabado la mañana y ya me han leído el artículo dos amigos en clave autobiográfica. Y me envían muchos ánimos. En realidad, escritor sin remedio, me he metido en ese lío de lo paritario nada más que para compartir esta imagen obsesionante: "La exigencia moderna de que el matrimonio comparta las labores domésticas con una absoluta paridad recuerda al famoso juicio de Salomón, que a un tris estuvo de acabar con el niño partido por la mitad".

1 comentario:

  1. Lindo artículo. Hay mucho para decir de cada punto y poco tiempo. Se me ocurre que no sólo hay niveles de tolerancia o percepción respecto a desordenes, limpiezas o exigencias, sino que hay, por distinta educación, distintas cosas en las que se fija cada uno.

    Uno no soporta un vaso dejado en cualquier lado, mientras a otro eso no le importa pero no puede ver un juguete de niño tirado. A uno le disgusta que el mantel no esté bien limpio mientras que a otro no le importa apoyar en el mantel algo percudido un vaso siempre y cuando este último esté perfectamente lavado.

    Esto genera discusiones del tipo:

    - ¡Me decís que haga esto pero vos hiciste tal otra cosa!
    - ¡Ah, pero eso NO es lo mismo!

    Miradas hacia atrás estas cosas ya casi pasan a ser una dulce parte de la convivencia cotidiana, solo basta saber tomárselas como lo que son, saber reirse un poco, etc.

    Creo que estas cosas no son la causa de separación. Hay algo más profundo que no funciona cuando no se pueden superar.

    Pero como bien decís, no hay fórmulas.

    (En cuanto al llanto del bebé es cierto que hay distintas tolerancias. Creo que precisamente por eso en los primeros meses la presencia de la madre es casi casi irremplazable).

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